relato de la semana

Pongamos que no soy yo, que soy tú. Te encuentras con alguien por la calle que conoces de hace mucho. Del tipo de personas que cumplen dos características: una que durante un lapso de tu vida las circunstancias quisieron que fuera una persona con la que conviviste mucho y segundo, que cuando acabaron las circunstancias ya sólo lo has visto cada mucho tiempo, pongamos cinco años. Puede ser que te sepas su vida porque conozcas a alguien que, indirectamente, te cuente cosas y que tú también desees saberlas, no por cotilleo, ni por amistad sino porque te acuerdas de la parte de ti que vivió con esa persona y la añoras un poco. Hoy te has encontrado esa persona, estaba paseando junto a un parterre de flores, con dos bastones porque se ha hecho una lesión. Hablas con esa persona de lo mismo que hablas siempre; de cómo va el trabajo, de cuánto tiempo ha pasado desde aquellos días, de que la vida es así. Apenas son dos minutos pero están llenos de significados paralelos. Cuando te das la vuelta descubres un olor, una reminiscencia de hace tiempo. Los olores no son adolescentes siempre, no tienen siempre la capacidad de extasiarnos, pero sucede. Allí en la otra esquina, una parte de ti se ha dado la vuelta, la otra, la verdadera, sigue caminando. No sabes hacia dónde camina ni la parte que se dio la vuelta, ni la certera.