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sábado, 27 de agosto de 2011


FOTO DE UNA CASA RURAL DE TUS

HISTORIETAS DE ABUELO
Las historias que más me gustaban de pequeño eran las que contaba mi abuelo sobre la Guerra Civil. Empezaban siempre en la sierra de Guadarrama, él vestido de verde, fusil en ristre y justo cuando estaba a punto de acabar con un fascista venía la mirada de mi abuela y él bajaba el fusil. Resumía tembloroso: “no hay que estar orgulloso de las guerras”. Mi abuela era especialista en lanzar jarros de agua fría. El abuelo murió antes que ella, no llegó a terminar ninguna historia sobre la guerra. Un día, intrigado, le pregunté a mi abuela pero ella escurrió el bulto y me dijo que no se había dado cuenta de que le hubiera chafado aquellas historias. Pero el brillo en los ojos me dijo que ella lo sabía. Cuando ella también murió, un día, rebuscando entre sus cosas para lanzarlas al fuego descubrimos un diario de mi abuelo, escrito del 36 al 39. Se llamaba “memoria del subsuelo” y narraba las penurias pasadas en la oscuridad del sótano en el que se refugiaron.

domingo, 10 de abril de 2011


Si me pongo a explicar lo que no sé cómo explicar nacen carraspeos en mi boca, se llena de una nieve negra lo que digo y al final creo que estoy en cualquier punto perdido e inservible del lenguaje.
Si digo, por ejemplo, lluvia convoco con mis palabras todos los desiertos y un polvo que me cierra la boca, aunque en mi interior siento la humedad trepando por las venas, llenando la tensión de mis órganos haciendo crecer plantas y organismos por mi cuerpo como si fuesen una memoria antigua.
Si exclamo cosas acerca de la veracidad de cómo nos mostramos a los demás
sólo me salen espejos de la boca, espejos en los que contemplamos que no somos los mismos que decimos, crueles pantallas rastreando cuerpos mudos, que no se exponen a la veracidad de lo dicho: somos al fin y al cabo seres larvales.
En este sentido me gustaría que las cosas que digo cuando intento decirlo todo no me salieran como palabras sino como huesos y carne, como algo primigenio, como una bacteria, algo irreductible. Me gustaría que por más chatarra de lenguaje que use todo saliese puro.
Pero hablo. Y me explico. Y todo tiene la cruel belleza de un desastre nuclear. De un volcán que extingue la naturaleza destruida.

viernes, 25 de marzo de 2011

DESCRIPCIÓN DEL CICLO
Sobre la mesa sus cuatro dimensiones, defendiendo lado a lado su territorio. Para cubrir sus partes más íntimas le pusieron un taparrabos de material dorado. Y si la desnudas, súbitamente su olor a regalo, a conversación, a futuros proyectos. Afuera la tarde pasa, sus huecos disminuyen; su interior cada vez más horadado por personas que satisfechas encuentran el goce con zonas extraídas de su cuerpo. Dieciocho accidentes de su anatomía fundiéndose en seres vivos, las palabras fluyen más rápido gracias a cascadas de teobromina. Y al final, cuando el vacío aprieta, perder el estatismo alcanzado encima de la mesa; perder el peso y la realidad. De frente, el salto en el que alcanza el contenedor de papel reciclado. Se aleja su tapa roja como una puesta de sol, hasta que vuelvan las ganas de evadir tristezas con su dulce interior, de regalar amor o que alguien celebre haber ganado un premio.

lunes, 14 de marzo de 2011

Las fechas que supero dónde quedan.
¿En qué sustituto de vida siguen
viviendo impertérritas
como si fueran de verdad vividas?

Quién lleva mis ojos de aquella tarde
y toca como si fuese mi piel
y construye un molde para el tiempo
con su cuerpo
y en el hueco crea un movimiento
ajeno a lo que sucede
cuya veleidad ahora yo respiro
sabiendo que el aire que me penetra
es fuego sagrado.

Y cómo aquella puesta de sol
se ha repetido algunos días
con un aire de copia morosa
como si el cielo fuese un gran bazar
dedicado a reproducirse
en una mueca barata y vacía.

miércoles, 23 de febrero de 2011


PERPETUUM MOBILE

Otra cola más. Se siente absurda frente a un reloj que marca minutos ruinosos. Está la tercera pero ha estado en diferentes posiciones antes. El tiempo de la espera pasa descafeinado. “Aún eres joven” le acribillan y ella harta de los cuatro años que tiene el título. Su padre, que se sintió orgulloso cuando eligió seguir sus pasos, ahora no para de gritarle que cuándo va a dejar de hacer la payasa para prepararse unas oposiciones como hizo él. “Lo que digas papá” piensa riéndose por dentro. Con sus manecillas morosas el reloj sigue agitado. La primera chica entra y ve a la segunda vestida de forma ridícula. Se pregunta cómo habrá caminado así por la calle. Ella no, ha venido tal y cómo es, no quiere aparentar nada. Si obtiene el trabajo que sea porque de verdad es la más adecuada. El maldito reloj le hace muecas. Ya entra la segunda, desbordando chorros de carmín por encima de sus labios frente a un espejo de mano. El reloj se consume delante de sus ojos. “Señorita, su turno”, le dicen y ella se da cuenta de que su turno fue hace tiempo, cuando entendía el mecanismo por el que ríe la gente. Tira la nariz de payaso, la había traído como última opción, y se marcha con ademán lacrimoso.

martes, 22 de septiembre de 2009

QUEJAS

Voy a la OCU para imponer una demanda a una compañía telefónica. En una habitación de cuatro metros cuadrados varios funcionarios escuchan las quejas de otros como yo. Mientras espero me pregunto cómo sería si yo trabajase gestionando quejas y reclamaciones. Vuelvo a mirar a los funcionarios, los observo con esas facciones rígidas, escuchando sin ningún asomo de paciencia. No me extraña que a uno de ellos las cejas se le hayan juntado. Las profesiones cambian los cuerpos; estos tienen posturas como témpanos de hielo. Pienso en al menos dos conocidos que harían ese trabajo a las mil maravillas porque siempre se quejan de todo con acritud pero tras reflexionar no les veo capaces para ese puesto ya que no tienen capacidad resolutiva, sólo la de andar por la vida como si todo fuese una carga. Me siento porque ha llegado mi turno. Hablo con el funcionario sin prestar nada de atención a lo que le digo porque sólo puedo pensar en la naturaleza de las quejas. Por la cara de extrañeza que pone mientras le explico la situación pienso que quizá no le esté contando nada sobre mi reclamación, sino una amalgama de historias sin importancia. Como tampoco pregunta nada yo sigo con mi discurso y con mis pensamientos. Las quejas deben de ir llenando a los funcionarios por dentro, son muchas horas de quejas las que escuchan a lo largo de un año. Cuando lleguen a su casa tendrán que soportar las quejas de su familia. Al final creo que he acabado de hablarle más porque me he quedado sin palabras que porque crea que he llegado al final. Aunque me cueste creerlo el administrativo de serio semblante me ha hablado al final de mi debacle. Sé que tiene razón en lo que dice pero me da pena cuando le he oído decir con ánimo belicoso “pero usted no ha traído los justificantes de pago, se podía haber ahorrado el viaje”. Quizá nadie entienda la naturaleza de sus propias quejas.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

lluvia



El cielo se va apropiando del color de la ceniza gracias a unas nubes cargadas de electricidad. En la mesas los platos se encuentran casi vacíos. Truena a lo lejos, como si viniesen caballos indomables en estampida. Y luego comienza a llover. Debajo del toldo siguen las mismas mesas ocupadas cuando comienza el aguacero con rabia.
-¡Reme, coge aquella mesa!
Reme se asusta y sale para guardar los cubiertos de una mesa que está fuera del toldo. No se da cuenta de que bastaría con meterla dentro. Recoge la cubertería mientras el agua cae en forma de enormes gotas. Cada vez que una le golpea en el cuerpo parece cargada de un recuerdo. Un recuerdo por cada gota.
-¡Reme, Reme!
Su compañera le grita para que se cobije. Pero ella sigue doblando concienzudamente las servilletas empapadas, clasificando los cubiertos húmedos, amontonando los platos. Las gotas son cada vez más pesadas, vienen de más lejos, algunas proceden de mucho tiempo atrás. En una de ellas, poderosa, Reme siente escrito un nombre. No es algo que vea o que escuche, es el presentimiento de que en los centímetros cúbicos de agua que le han impactado en la piel de la muñeca se ha acelerado un nombre de la nada hasta su piel. Rebeca. Otros días como éste salieron bajo el manto del agua y su soledad fue liviana. Mientras sigue retirando los cubiertos cada vez más lentamente, alguien la coge del brazo y la empuja debajo del toldo.
-Pero Reme, ¿estás ciega? No ves la piedra que está cayendo.
Y Reme le da las gracias y le dice que es verdad, que está granizando, aunque sus ojos se encuentren congelados y en la piel sólo lleve impacto de un nombre que le sobrevino desde un lugar que se ha ido oscureciendo a lo largo del tiempo.

sábado, 29 de agosto de 2009

londres ends

LONDRES ENDS
La aspereza de los lenguajes no entendidos, su sabor en tu lengua al pronunciarlos. Norwood Junction de trenes con destinos itinerantes. El movimiento gravitatorio en los autobuses verticales. La hierba domesticando la razón, quedamos para tomar el hummus que sincera, los faros embravecidos de Irlanda, la compañía deshabitada de un reloj, la rivera del río modificada para servir arte, las calles rizomas llenas de bucles incomunicados, el silencio de los rascacielos, los oficios de los transeúntes de Washington Square, la noctámbula apreciación de luciérnagas desmontando la hierba de Maddie, nocturnos para alejarse de la casera, el tacto de los aviones al discurrir por la epidermis de la city, volver a dibujar Edimburgo en una servilleta de papel, las infinitas historias que uno piensa publicar el blog y que acaban en un lugar oscuro de la memoria por sustracción de tiempo, la lluvia, Londres, la lluvia, Londres… el sol que sale ajeno a los recuerdos, botellas solitarias en un mar de asfalto, el champiñón que crece en cada casa, los zorros vagando por la calles con apetito de luna, el número de pasos dado en cada museo, la horizontalización de la mirada en el cuadro, el regocijo en la mirada la sorpresa en ella la quietud, Matisse antes de morir de cáncer pintando sin poder “Snail”, el patio con la inscripción Reino de Murcia en el Metropolitan, la fuerza de las manos de Saavedra Fajardo en el cuadro de Goya que se arrincona en la Courtauld Gallery, la película Moon desde el subsuelo de Warwick street, el puente de London Bridge en la antigüedad con sus edificios colgantes...

al caer formará un interstiticio
algo profundo late en la espera
y en el significado
caminaré un momento sobre escenas
ya pasadas
para indicar el discurrir de la mirada
estrellaré su peso vertical
sobre fotos y aromas
. LONDON ENDS












viernes, 28 de agosto de 2009

KEAT`S HOUSE

Ayer estuve en la casa de Keats, en el barrio de Hampstead, que era como un pueblecito con su ayuntamiento antes de que la city lo fagocitara. Sigue manteniendo su personalidad y ese aire que se respira agradable. Como no me había llevado ningún mapa porque en Londres todo es accesible mediante señales de tráfico me perdí. Entonces pude comprobar la fisonomía del barrio. Es curiososo pasear por un lugar una mañana desentrañando sus pequeños bulevares, sus casas adosadas... no le preguntaba a nadie, qué iba a decir ¿dónde está la casa de Keats? No es tan turístico como para que la gente lo sepa y los barrios de Londres son muy grandes. Vi Hampstead Heath que es un parque natural asalvajado con lagunas y vegetación absorbiendo los caminos. Al final me encontré un mapa en el suelo y me sirvió para llegar a la casa. Realmente sólo fue su casa durante sus dos últimos años de vida. Yo no sé que tendrán las casas de los demás que nos gusta tanto mirarlas, se puede decir que para saber cómo vivían o como experimento sociocultural o como cotilleo puro y duro. La casa está rehabilitada, si hiciésemos un barrido de huellas dactilares seguro que no queda ninguna de Keats. Pero me intenté aproximar a su personalidad, miré desde el diván por el que contemplaba su jardín cuando estaba débil y no podía salir, tuve que ver su rostro mortuorio porque le habían positivado varias máscaras en su lecho de muerte. Lo mejor de la casa es la sensación de paz que te invade, sobre todo por el barrio en el que está.

miércoles, 26 de agosto de 2009

LA CAMARERA DEL FOLIES-BERGÈRE


la camarera del Folies Bergere
Eduard Manet, Museo Courtauld, Londres.
Era la tercera vez que le pedía un whisky con hielo. Cierto que el Folies Bergere estaba lleno y el sonido hacía confundir las miradas. No podía ser que le hubiera reconocido, con su bigote, el sombrero… todo preparado para ocultarse bajo la oscuridad de los vestidos, su piel demacrada fingiendo el tiempo que ha pasado. Pero ella le sostenía la mirada y en la mirada quizás cabía aquella noche que pasaron juntos cuando ella apenas tenía diecisiete años y él treinta. Solicitó otra vez el whisky pensando que si lo tuviese que volver a pedir no iba a resistir aquella mirada y se marcharía sin preguntar, dejaría el bullicio de la ciudad de repente, abandonándola en ese preciso instante. No hizo falta más; ni ella le sirvió el whisky, ni él siguió delante de su mostrador. Se fue por la misma puerta por la que había entrado sumido en un extraño mareo. Antes de marcharse pudo observar que en ese momento una mujer estrafalaria era la que le pedía con los ojos mientras ella, en actitud persistente, lo seguía revelando todo con la mirada, la cólera en el infinito de los ojos, con la boca apretada para evitar que las palabras de reproche se mezclaran con el silencio, en sus mejillas enrojecidas a pesar de la lividez con la que se había engalanado y en las manos abiertas sobre la mesa, delimitando su territorio. No pudo más, dejó aquel palacio. Al salir miró hacia arriba y Londres no había cambiado nada pero él aún recordaba sus ojos y aquel bar de Paris.