la camarera del Folies Bergere
Eduard Manet, Museo Courtauld, Londres.
Era la tercera vez que le pedía un whisky con hielo. Cierto que el Folies Bergere estaba lleno y el sonido hacía confundir las miradas. No podía ser que le hubiera reconocido, con su bigote, el sombrero… todo preparado para ocultarse bajo la oscuridad de los vestidos, su piel demacrada fingiendo el tiempo que ha pasado. Pero ella le sostenía la mirada y en la mirada quizás cabía aquella noche que pasaron juntos cuando ella apenas tenía diecisiete años y él treinta. Solicitó otra vez el whisky pensando que si lo tuviese que volver a pedir no iba a resistir aquella mirada y se marcharía sin preguntar, dejaría el bullicio de la ciudad de repente, abandonándola en ese preciso instante. No hizo falta más; ni ella le sirvió el whisky, ni él siguió delante de su mostrador. Se fue por la misma puerta por la que había entrado sumido en un extraño mareo. Antes de marcharse pudo observar que en ese momento una mujer estrafalaria era la que le pedía con los ojos mientras ella, en actitud persistente, lo seguía revelando todo con la mirada, la cólera en el infinito de los ojos, con la boca apretada para evitar que las palabras de reproche se mezclaran con el silencio, en sus mejillas enrojecidas a pesar de la lividez con la que se había engalanado y en las manos abiertas sobre la mesa, delimitando su territorio. No pudo más, dejó aquel palacio. Al salir miró hacia arriba y Londres no había cambiado nada pero él aún recordaba sus ojos y aquel bar de Paris.
Eduard Manet, Museo Courtauld, Londres.
Era la tercera vez que le pedía un whisky con hielo. Cierto que el Folies Bergere estaba lleno y el sonido hacía confundir las miradas. No podía ser que le hubiera reconocido, con su bigote, el sombrero… todo preparado para ocultarse bajo la oscuridad de los vestidos, su piel demacrada fingiendo el tiempo que ha pasado. Pero ella le sostenía la mirada y en la mirada quizás cabía aquella noche que pasaron juntos cuando ella apenas tenía diecisiete años y él treinta. Solicitó otra vez el whisky pensando que si lo tuviese que volver a pedir no iba a resistir aquella mirada y se marcharía sin preguntar, dejaría el bullicio de la ciudad de repente, abandonándola en ese preciso instante. No hizo falta más; ni ella le sirvió el whisky, ni él siguió delante de su mostrador. Se fue por la misma puerta por la que había entrado sumido en un extraño mareo. Antes de marcharse pudo observar que en ese momento una mujer estrafalaria era la que le pedía con los ojos mientras ella, en actitud persistente, lo seguía revelando todo con la mirada, la cólera en el infinito de los ojos, con la boca apretada para evitar que las palabras de reproche se mezclaran con el silencio, en sus mejillas enrojecidas a pesar de la lividez con la que se había engalanado y en las manos abiertas sobre la mesa, delimitando su territorio. No pudo más, dejó aquel palacio. Al salir miró hacia arriba y Londres no había cambiado nada pero él aún recordaba sus ojos y aquel bar de Paris.
3 comentarios:
Me encanta la forma en que escribes, y sobretodo al abrir tu blog y encontrarme con este cuadro de la camarera de Monet me ha emocionado, hace tiempo que estoy detras de esta pintura porque aveces cuando llevo el pelo recogido me identifico con ese semblante o "look" que tiene ella.
Un abrazo y gracias por escribir.
Yo tengo un myspace que se llama igual que mi blog, y otro aqui en blogger en construccion. Espero que seamos amigos.
Hola, muchas gracias y bienvenida. El cuadro de Manet está en Londres, en la galería Courtauld que es pequeña pero con cuadros buenísimos, lo que pasa es que no hay muchos turistas que lo conozcan lo que es una pena.
Me pasaré por tu blog!!! Supongo que te dedicas a la danza
un saludo!!!
Al ver el título me creía que estabas en París...Bueno ya esta bien de tanto viajar me he dicho, pero no, estás todavía en London y haciendo amigos, eso etá bien....Besicos.
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