lunes, 28 de febrero de 2011

UN DOMINGO POR LA HUERTA






Una roca calcárea en una montaña en la que se observa la ciudad a lo lejos.


El paisaje ya ha cambiado, no hay huerta. Dentro de poco habrá urbanizaciones y la ciudad será una mancha que adentra sus tentáculos por la huerta asfixiando.


Los túneles esconden el interior de la montaña, su negrura es fresca y cantar allí es econtrarse con la voz propia.


Viejas estaciones abandonadas de la ruta del Noroeste jalonan la vía verde a Caravaca. Son coquetas y humildes, no saben nada del tiempo, a veces sirven cafés o son centros culturales y a veces laten como si quisieran volver a sentir trasiego de pasajeros.



Una torre vigía desde hace siglos domina la huerta. Por sus muros de piedra han pasado muchas personas. Ahora es un museo.



El esfuerzo de un hombre, su sudor. La geometría que queda de él en el campo. Después tomaremos sus frutos y tendrán dulce sabor del trabajo de sus manos.




Un pato nada por el río. Hace sol, el tiempo parece que se ha detenido. Hay un huerto que parece una piel de anciano, seco y arrugado: sigue dando limones.



EL río Segura serpenteando entre las Torres de Cotillas y Molina de Segura.

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