La residencia de estudiantes es un edificio de ladrillo que está sobre un pequeño cerro al lado de la Castellana. He visitado una exposición temporal sobre la generación del 27 que tenía poemas, textos, ilustraciones y óleos. Había varios de Ramón Gaya, de Pedro Flores y de Luis Garay por lo que más había era pintores murcianos. Me ha gustado bastante un cuadro de Pedro Flores que representaba una sagrada familia voluminosa y con tonos pastel. Un bodegón de Gaya con naipes tampoco estaba mal. También eran interesantes los manuscritos de Lorca y los ejemplares de la revista Verso y Prosa, que se realizó en Murcia cuando Jorge Guillén estaba dando clase en Murcia.
Fue también a la casa museo de Sorolla. Nunca ha sido uno de sus pintores favoritos, en eso cada uno tiene sus gustos. El problema que tiene Sorolla para que le guste es que sus cuadros son muy previsibles. Supo captar momentos de la vida de Valencia, de la playa, la huerta… también las caras, con un trazo pinta una imagen muy efectiva pero las líneas de sus cuadros no están cegadas por la emoción. La casa de Sorolla, muy cerca de la Castellana, es un rincón oculto en Madrid, con un jardín pequeño y bonito y mucha agua, un patio andaluz, y el agua discurre como símbolo del tiempo que pasa pero quizás los sentimientos de todos los que allí estamos, dejándonos invadir por el arte, son parecidos y en eso se concentra la inmortalidad. Hay unos chicos franceses, jóvenes, que van pasando por los cuadros como mariposas y hablando francés muy abruptamente. Apenas se detienen unos segundos en cada cuadro y otros los obvian, los más altos, los que cubren las paredes. Parece que son de bellas artes por sus palabras y sus risas, los franceses son muy artistas, los únicos jóvenes que hay allí, todos lo demás forman un grupo de pesados mayores que caminan lento y se detienen mucho en los cuadros, parece que fuera la última vez que lo ven. En especial hay un cuadro en el que se ve a dos señoras paseando por una playa de Valencia y desde el viento hasta las olas del mar se arremolinan en círculos y parece que le quieren volar el sombrero que ellas sujetan, todo en la escena se nutre del blanco del vestido, se ilumina todo con su blanco. También piensa que Sorolla fue un maestro al dibujar la piel de los niños pequeños bañada por el agua, como si esa piel fuese en realidad una parte más de la playa.
Después fue a comprar un libro de Haikus, y tuvo que estar mucho tiempo bajo tierra, en el metro, iluminándose con el resplandor breve de Haikus escritos en el siglo XVII.
La exposición de las lágrimas de Eros en el Thyssen, que era muy corta, aunque no estaba mal el unir los cuadros con la idea de la sexualidad y la muerte, se queda muy corta. No merece mucho la pena.