sábado, 4 de junio de 2011


4 de JUNIO
BIBLIOTECA, JOSÉ HIERRO, CALLE RAFAELA YBARRA.

La memoria es un acantilado. Cuanta más edad, más alto es el precipicio o más pequeño eres tú. Ahora estoy en la sexta planta de la biblioteca, viendo mi antigua casa de hace casi treinta años. Otros muchos la habrán ocupado. ¿Estarán todavía las chapas que coleccionamos o los muñecos que mis padres dejaron olvidados con la excusa de mudanza? Me gusta creer que sí, aunque es muy poco probable. Los edificios forman una mezcolanza de rojo ladrillo y blanco paredes encaladas. La calle se llamaba la Verja. Es un nombre extraño para una calle ínfima de las que avasallan la ciudad de Madrid. Yo tenía la sensación de que esa nombre lo había puesto un señor muy inteligente porque la calle se abre a un parque, hoy día se llama Olof Palme, frondoso encima del que estaba mi antiguo colegio, pintado de amarillo huevo.
Me gusta pensar que la memoria es un acantilado pero que sus vistas no son temibles, en el fondo vibra una tarde de sol, algunas palabras importantes, el tacto de manos que te han sostenido, la primavera desvelando las flores… cómo se puede tener miedo de semejantes recuerdos. Supongo que más niños habrán jugado en aquel patio, que la memoria se está haciendo a cada momento, que las alturas pasan de cota a cero hasta distancias infranqueables. Por eso, cada cierto tiempo, paso unos momentos disfrutando de esa habitación con vistas. Sin remordimientos, sin pena, sólo sintiendo.

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