lunes, 1 de noviembre de 2010

de cuaderno de Madrid


DOMINGO 31-10-10
La mañana de Halloween night vamos al Escorial, los árboles por el camino están incendiados de un peso leve que los aprieta contra sí y una parte de su cuerpo, algo frío y que a la vez acicala, acaba tendido en el suelo. Los árboles, calvos, forman un camino hasta la puerta del Escorial, como si estuvieran hechos solo de tiempo que se ha caído, tiempo de pasado.
En la cola somos masticados durante una hora por agua y aire, pero resistimos, gracias a la tendencia del hombre a hacer bromas hasta en los peores momentos. El edificio de granito nos hace hormigas, lentas, que se aprietan contra sus pilares. De lejos, entre los árboles, era una roca tallada con esmero. De cerca lo importante no es la belleza sino sus medidas crecidas a lo largo y ancho, destinado a contener toda una vida humana, que en aquellos momentos, representaba a todas las personas de un país e incluso hasta el mismísimo dios.
Desde la cama en la que murió Felipe II, un contenedor para ver el altar de la iglesia si la disponían en oblicuo, hasta las catacumbas apenas separan unos cientos metros de galerías y pasillos. En el fondo, desde aquella cámara octogonal, a uno le sobrecoge ver tantos Reyes juntos en túmulos de mármol grisáceo y rojo, y en una sala contigua los dejan secar durante 25 años antes de meterlos dentro. Sabemos que hay uno en espera. La extraña casualidad es estar ahí justo la víspera de todos los santos, en aquel cuerpo del Escorial forrado por doce reyes y doce reinas. Como salidos del influjo nos espera algo que no esperábamos. 9 cámaras más para un montón de infantes, en puro mármol blanco, de pureza, vamos pasando por cámaras llenas de tumbas en las que yacen reyes que no fueron, árboles que no alcanzaron su función, árboles incendiados antes de tiempo. Pero lo más grotesco de todo viene al final. Una tarta de tres pisos hecha de mármol blanco que contiene aquellos infantes que no llegaron a crecer, que se quedaron sepultados en un mundo de Peter Pan absolutista, y duermen en un merengue solidificado.
Después de tanto miedo de todos los santos tenemos solaz en la biblioteca, en un mundo reducido a una sala pero alargado en cada libro, que es una puerta hacia otras dimensiones temporales desde el libro más antiguo que es del siglo IV, Agustín de Hipona, dimensiones árabes, cristianas, leyes, filosofía: todos los mundos palpitantes deseando ser abiertos.
Al final, el día uno, ya no quedan más fuerzas para visitar otros cementerios, sólo el cementerio marino de Valéry, comprado en una tiendecilla del barrio de la Moncloa.

2 comentarios:

Cabopá dijo...

¡Qué envidia me das!
Sabes, cuando yo vi esa tarta de infantes me sobrecogió,es verdad que fue hace muchisímo tiempo,nada más ni nada menos que en mi viaje de estudios allá por....qué mas dá.
Pasátelo bien y haz muchas foticos,Madrid vale la pena,yo lo quiero mucho.
Besicos.

Miguel Ángel dijo...

Te he encontrado mientras buscaba a un autor de cuentos concreto, y ví que hablabas de Sergi Pamies. Imagino que conocerás a Quim Monzó (si no es así, sal corriendo a la librería; te encantará "86 cuentos")y probablemente no conocerás a Pere Calders ("La ruleta rusa y otros cuentos". Me gusta tu blog. Te seguiré. Si te apetece, pasea por el mío: http://imagenesapalabradas.blogspot.com